En busca del Anacronismo perdido

De entre las acepciones de “historia” que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua encontramos: una “disciplina que estudia y narra cronológicamente los acontecimientos pasados” (materia), un “conjunto de los acontecimientos ocurridos a alguien a lo largo de su vida o en un período de ella” (hechos), pero también una “narración inventada” (mentira que conforma un relato).

Dicho esto, voy a contar una “historia”. Va sobre las navidades, esas fechas en las que celebramos el nacimiento de un personaje (los hechos) sobre el que apenas tenemos información histórica (la materia) pero que nos dicen que nació un 25 de diciembre, fun. fun, fun (la mentira en forma de relato). ¿No os ha gustado? Bueno, probaré con otra.

He visto cómo en varios foros de historia loan El nombre de la Rosa por su verismo. El propio Eco lo dice en las Apostillas de su obra: “quería que el lector se divirtiese”. ¡Claro!, eso explica que nos sitúe en una abadía benedictina del s. XIV en busca de un libro que no pudo existir en ese momento porque el único texto de Aristóteles que se conservó hasta los siglos XIII-XIV fue una parte de La Lógica (aquella que interesaba a Boecio como cristiano). ¿Tampoco gustó esta historia? ¿Y la Indiana Jones en la que se disputa con los nazis el Arca de la Alianza en pleno Egipto Británico? ¿Y la Mel Gibson con su kilt del siglo XIII? ¡Esa sí que es buena! ¿No?

Bueno, pues si aún no gustan estas historias, contaré aquella del anacronismo, un recurso típico que “inventó” Lorenzo Valla allá por el s. XV pero que era tan antiguo como las campanas romanas del reloj que Shakespeare hace sonar en su Julio César. ¿Sigue sin gustar? ¡Pues mira que lo he intentado eh! No sé… será que para gustos están los colores… ¿Y la historia? ¡Qué “campee” a sus anchas!


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