Introducción a la estética musical
Este contenido forma parte de un trabajo entregado y presentado para la asignatura de Sociedad, Familia y Educación en la Universidad de Valladolid. Con él se pretendía justificar el empleo de la estética para la educación musical y de la música como ejemplo práctica de las teorías estéticas.
Introducción
a la estética musical
El propósito de este trabajo es hacer consciente al lector
el poder formativo de la música desde la dimensión estética: la aproximación
trascendental, simbólica e histórica de una obra, su análisis metamusical, la
intención del autor, el estilo y la época en la que se compuso…
Simultáneamente, toda interpretación supone dos factores: revivir y reinventar.
La obra sería “revivida” en tanto y cuanto el intérprete actualiza la obra
hasta el presente, la interpreta del modo más objetivo y fielmente posible;
paradójicamente esto supone la plasmación de su propia interpretación y provoca
una reinvención donde el intérprete hace suya la obra. Así se hace de una obra
inmortalmente objetiva pero desde una interpretación personal y subjetiva.
Podemos decir que con l interpretación estamos “recordando”[1],
verbo que contempla las dos facetas descritas.
La humanidad ha ido refinando sus gustos desde su mismo
origen, cambiando ciertamente su propio gusto estético según el contexto
histórico y geográfico en el que se encontrase. La propia creación musical es
una creación estética (armonía, composición, forma, técnica, etc.), y al igual
que la estética su creación es dependiente del propio proceso del saber
humano. En los centros de enseñanza
musical se educa de una forma reglada fruto del proceso histórico; es una
condición de relación. Resulta llamativo así que hoy muchas de las normas
musicales son fruto del rechazo de las normas de su tiempo. Si tuviésemos que
citar dos autores canónicos de cada época musical, posiblemente citemos autores
que se rebelaron contra los principios estéticos de su época e instauraron una
serie de criterios formadores de un nuevo estilo musical[2].
Así la estética musical contribuye a afinar el gusto,
comprender la obra como un todo multidimensional, penetrar en conceptos como el
gusto o la belleza… pero también ayudan al ser humano a desarrollar todas sus
virtualidades. Igor Stravinski, compositor polifacético del siglo XX, describe
en su Poética
musical que el valor último de la música es “promover a una
comunión, a una unión del hombre con su prójimo y con el Ser” (Quintás, 2005,
pág. 9). De igual forma que la música es un puente de relaciones humanas,
también hace a éste consciente de sí mismo, le permite “ser en sí”. Como parte
de las llamadas Ciencias Humanas, contribuye a hacer al individuo sensible a su
existencia, a su participación del momento (Zeitgeist).
El Ser adquirirá el pensamiento autónomo y crítico que le permita elaborar un
juicio elaborado desde la gnosis y no sólo desde el goce
desinteresado. El ser “madura” envolviéndose en su entorno, en sus
conocimientos y en su dimensión creativa que le permite tomar partido en las
diferentes circunstancias vitales.
Así la estética musical permite dotar de la dimensión
creativa (no sólo desde la interpretación del músico, sino de la recepción de
cualquier iniciado en estética musical), de la dimensión conceptual y también
de una dimensión ontológica.[3]
Música y estética: dos ramas con mucho en común. La
estética musical aplicada a la asignatura de música
El vínculo que existe entre la música y las demás artes
encuentra su enlace a través de la estética: belleza, mímesis o la idea de
genialidad son ejemplos de ello. La historia de la estética y de la música
podría ser interpretada como una relación semántica con las demás artes en casi
todos los periodos históricos (que no estilísticos). Sin embargo la música está
dotada de un status propio gracias a que posee su propio lenguaje, sus
reglas y sus medios técnicos. Ese status se fundamenta en la
expresividad no tangible (inmaterial) cuyo medio es la vibración sonora; la
música no es la partitura, no es el intérprete o no es el instrumento, es un
todo que encuentra su expresión última en la audición, así:
La fascinación que siempre ha ejercido la música y la capacidad enigmática que se le ha reconocido se ha derivado, sobre todo del tipo de expresividad que la caracteriza: se expresa sin que se pueda jamas aprehender su objeto. El complicado lenguaje de que hace uso la música no dice nada acerca de nada; a pesar de esto, todos –y, de un modo u otro, también los formalistas más rigurosos- concuerdan al atribuir a aquélla cierto poder expresivo, aunque sin saber nunca precisar qué es lo que realmente exprese la música ni de qué manera lo haga (Fubini, 1999, pág. 32)
Es difícil definir así de qué trata la música en un discurso
del “todo musical”, de la música en sí, de la música como “ontología
autodescriptiva”. Diferenciamos entre música del clasicismo o música rock, pero
aceptamos ambas como música[4].
Es su dimensión sonora lo que nos permite realmente entenderla como música.
Pero la dimensión sonora no nos habla acerca de nada, es una realidad
intangible y fugaz que sólo puede agarrarse a principios estéticos y
relacionarse así con otras disciplinas artísticas. ¿O acaso no utiliza la
música términos como “armonía” o “color”? Cabe entonces preguntarnos cómo
filtra la estética la disciplina musical y la vincula del mismo modo a otras
artes.
Como proceso autónomo, la estética musical y su estudio en
la musicología no se ha dado hasta el s. XVIII, es entonces cuando se rechazan
los postulados cartesianos que relegaban la música a una servidumbre
racionalista e intelectual en favor de un sentimentalismo y poder evocador
kantiano propio. Así la estética musical es el campo que nos permite buscar una
“reflexión profunda sobre el alcance de la música y su sentido más hondo”
(Quintás, 2005, pág. 23). Cuando la “estética” (αἰσθητική, sensibilidad o
cualidad de lo sensible) amplía sus estudios más allá de la teoría sensorial,
cuando se ocupa de la creatividad, del simbolismo, de las aproximaciones
artísticas[5],
hablamos de arte(s); pero si a esas cualidades del estudio estético añadimos
sobre todo de la audición creativa, hablaremos de “el arte de la música”.
Otra vinculación entre la música y la estética es en la
existencia del “ser”, en la dimensión epistemológica. “La música brota desde
nuestra existencia” (Quintás, 2005, pág. 23), la música no es sólo el ámbito de
lo perceptivo sino también del “ser consiente del acto perceptivo”. Cuando
escuchamos música llega en primera instancia a ese conocimiento perceptivo, lo
escuchamos y desde él experimentamos el goce (“esta canción me gusta”), pero
cuando ese goce pasa por el estudio de la estética se convierte en goce
estético (“¿por qué me gusta esta canción?”).
Así:
(Se pide) a la persona que tome cierta distancia respecto a lo sensible y analice cuanto se manifiesta en ese medio luminoso que es la sensibilidad. Esa toma de distancia[6] no nos aleja de la realidad que captamos sensiblemente al principio, porque la recepción humana sensible va unida desde el comienzo con la intuición, la capacidad de penetrar en las gradas suprasensibles […]. Sentir afecto hacia alguien es un sentimiento superior al plano sensible. Cuando unimos la sensibilidad […] con la distancia del análisis intelectual […] se nos hace presente darle al que se revela la percepción sensible […] (Quintás, 2005, págs. 23-24).
Quintás nos propone así un triángulo hermenéutico donde la inmediatez sensible, la percepción (1); debe tomar distancia y buscar el análisis intelectual (2) que permita revelar la realidad (3).
De este modo música y filosofía se encuentran, la estética
musical nos permite percibir de una forma más cualificada la obra musical.
Desde lo sensible hasta lo suprasensible, todas ellas de un modo interrelacionado.
Así gran parte de la música de vanguardias del XX necesita de la percepción
intencional; el romanticismo, nos habla del genio atado al sentimiento
atormentado y la crisis vitalista del autor; el clasicismo entiende a la música
como sierva de los ideales ilustrados y la armonía se ata a ellos como el
compositor a su patrón; y todos ellos se actualizan cuando el músico
contemporáneo lo “interpreta” (da su visión subjetiva de una partitura
objetiva).
Bibliografía
Castro
Rodríguez, S. J. (2005). En teoría, es arte. Una introducción a la
estética. Madrid: San Esteban-Edibesa.
Clásica2. (1 de junio de 2013). El Testamento de
Heiligenstadt. Recuperado el 17 de octubre de 2018, de clásica2:
https://clasica2.com/recursos/archivos/1.%20El%20testamento%20de%20Heilingestad.pdf
Corral, M. (7 de agosto de 2018). Que nadie se meta
con James Rhodes. El Español. Obtenido de
https://www.elespanol.com/social/20180807/nadie-meta-james-rhodes/328467841_0.html
Dahlhaus, C. (2003). Fundamentos de la historia
de la música. Barcelona: Biblioteca Económica Gedisa.
Delors, J. (1996). Los Cuatro Pilares de la
Educación. En I. Al Mufti, & J. Delors, La Educación encierra un
tesoro, Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación
para el siglo XXI (págs. 96-109). Madrid: Santillana.
Fubini, E. (1999). La estética musical desde la
Antigüedad hasta el siglo XX. Arganda del Rey: Alianza Editorial.
Platinga, L. (2015). Estéticaromántica. En L.
Platinga, La música romántica (págs. 24-28). Madrid: Akal Música.
Quintás, A. L. (2005). Estética Musical.
Valencia: Rivera Mota S.L.
Tatarkiewicz, W. (1991). Historia de la estética
I. La estética antigua. Madrid: Akal.
Radagast
[1]
Del
genitivo latino “cor, cordis”, corazón. Recordar es pasar por el corazón, tener
la corazonada de traer algo nuevamente a la existencia (Quintás,
2005, pág. 7)
[2]
Así en el XVI, Monteverdi; cen el XVIII, Mozart; o en el XIX, Beethoven.
[3]
Encontramos así, desde la propia etimología de la Estética Musical, los “Cuatro
Pilares de la Educción” definidos por Delors (Delors, 1996)
[4]
A
Priori podríamos decir que comulgan en lenguaje –lenguaje musical- o
fuente –partitura-, pero ni siquiera esto es cierto plenamente.
[5]
Empleando el lenguaje propuesto por el profesor Sixto José Castro en En teoría,
es arte (Castro Rodríguez, 2005)
[6]
Las palabras subrayadas aparecen en cursiva en el original.
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