¿Ciencias o letras?

Uno ya empieza a estar cansado de esa distinción entre “Ciencias” y “Letras” (o “Ciencias” y “Artes”, o incluso entre “Matemáticas” y “Econónicas”); podría incluso hacer dos grandes bloques llamados “Ciencias” y “Humanidades”, pero seguiría haciendo distinción entre dos campos de conocimiento igualmente válidos. Parece que, no sólo por ellos sino también por toda la sociedad, las ciencias están por encima de las humanidades. Hay muchas formas (muchísimas) de derrocar, incluso de menospreciar, al denominado “Campo Científico”, pero me parece igual de negativo relativizar unas que otras cuando ambas hacen al hombre un ser racional.
Es por todo esto que hoy traigo un pequeño fragmento extraído del libro de Collingwood “Idea de la historia”. En él podemos ver cómo los oficios de un historiador no son menos productivos que los del científico naturalista y como, a pesar de (por fin) tener metodologías diferentes, ambos se asemejan en el trato del conocimiento. Si leemos incluso entre líneas podemos apreciar críticas mordaces a ambas ramas, pero creo que lo propio no es juzgar “a priori” sino pensar acerca de dichas cuestiones y sacar nuestras propias conclusiones. Vamos pues a tratar el texto:
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La historia — decía Bury— es una ciencia, ni más ni menos." Quizás sea "ni menos". Depende de lo que quiera uno decir por ciencia. Hay un uso del lenguaje callejero, como aquel para el cual "salón" significa "salón de baile", y según el cual "ciencia" significa la ciencia natural. Sin embargo, no es necesario ni preguntar si la historia es una ciencia en ese sentido de la palabra; porque en la tradición del habla europea, retrocediendo hasta los tiempos en que los latinos tradujeron el griego ἐπιστήμη con su propia palabra scientia, y continuando ininterrumpidamente hasta nuestros días, la palabra "ciencia" significa cualquier cuerpo organizado de conocimiento. Si es eso lo que significa la palabra. Bury tiene incontestablemente la razón, la historia es una ciencia, nada menos.
Pero si no es "ni menos", es ciertamente "más". Porque cualquier cosa que es ciencia tiene que ser más que simplemente una ciencia, tiene que ser una ciencia de alguna clase especial. Un cuerpo de conocimiento nunca esta simplemente organizado, siempre está organizado de alguna manera especial. Algunos cuerpos de conocimiento, como la meteorología, están organizados mediante la compilación de observaciones concernientes a acontecimientos de cierta especie que los científicos puedan presenciar a medida que ocurren, pero que no pueden producir a voluntad. Otros, como la química, están organizados no solo mediante la observación de acontecimientos a medida que ocurren, sino haciéndolos ocurrir bajo condiciones estrictamente gobernadas. Otros, a su vez, esta organizados no mediante la observación de acontecimientos, sino haciendo ciertas suposiciones para luego proceder con la mayor exactitud a la discusión de sus consecuencias. La historia no está organizada de ninguna de estas maneras. Guerras, revoluciones, y los otros acontecimientos de que trata, no los producen los historiadores bajo condiciones de laboratorio para estudiarlos con precisión científica. Ni siquiera los observan los historiadores, en el sentido en que los científicos de la naturaleza observan los acontecimientos. Meteorólogos y astrónomos hacen costosos y arduos viajes con el fin de observar por si mismos aquellos acontecimientos que les interesan, porque su norma de observación es tal que no pueden satisfacerla con descripciones de testigos inexpertos. Pero los historiadores no organizan semejantes expediciones para ir a los países donde tienen lugar las guerras y las revoluciones, Y no se debe a que los historiadores sean menos enérgicos o valientes que los científicos de la naturaleza, o menos capaces para obtener el dinero que costarían tales expediciones. Se debe a que los hechos que podrían aprenderse con tales expediciones, como los hechos que se aprenderían al fomentar deliberadamente una guerra o una revolución en el propio país, no enseñarían al historiador nada de lo que quisiera saber.
 Las ciencias de observación y experimento se asemejan en que su finalidad es descubrir los rasgos constantes o recurrentes en todos los acontecimientos de cierta clase. Un meteorólogo estudia un ciclón a fin de compararlo con otros; y al estudiar cierto número de ellos espera descubrir que rasgos muestran, es decir, como son los ciclones en cuanto tales. Pero el historiador no tiene semejante finalidad. Si se le encuentra en alguna ocasión estudiando la Guerra de Cien Años o la Revolución de 1688, no se puede inferir por eso que este en las etapas preliminares de una investigación cuyo fin último sea llegar a conclusiones sobre guerras y revoluciones en cuanto tales. Si se halla en los preliminares de alguna investigación, lo más probable es que se trate de un estudio general de la Edad Media o del siglo XVII. Esto se debe a que las ciencias de observación y experimento están organizadas de una manera y la historia de otra. En la organización de la meteorología, el valor ulterior de lo que se ha observado a propósito de un ciclón está condicionado por su relación con lo que se ha observado a propósito de otros ciclones. En la organización de la historia, el valor ulterior de lo que se conoce de la Guerra de Cien Años no está condicionado por su relación a lo que se conoce acerca de otras guerras, sino por su relación a lo que se conoce acerca de las otras cosas que hacia la gente en la Edad Media.
 Igualmente obvia es la diferencia entre cómo está organizada la historia y como las ciencias "exactas". Es verdad que, en la historia, como en las ciencias exactas, el proceso normal de pensamiento es inferencial, es decir, que empieza por asentar esto o aquello y luego procede a preguntar que prueba esto. Pero los puntos de partida son muy distintos. En las ciencias exactas los puntos de partida son supuestos, y la manera tradicional de expresarlos es mediante frases que empiezan con una palabra autoritaria con la cual se asienta que se hace cierto supuesto: "Supongamos que ABC es un triángulo y que AB = AC." En la historia, los puntos de partida no son supuestos, son hechos, y hechos que caen bajo la observación del historiador, tales como que en la página que tiene abierta ante si hay impreso algo que pretende ser un privilegio mediante el cual cierto rey concede ciertas tierras a cierto monasterio. También las conclusiones son distintas. En las ciencias exactas las conclusiones son acerca de cosas que no tienen sitio especial en el espacio o el tiempo: si están en alguna parte están en todas partes y si están en algún tiempo están en todos los tiempos. En historia, las conclusiones son acerca de acontecimientos, cada uno de los cuales tiene su propio lugar y fecha. La exactitud con que el historiador conoce lugar y fecha es variable; pero siempre A sabe que hubo un lugar y una fecha y, dentro de ciertos límites, siempre sabe cuáles fueron, siendo este conocimiento parte de la conclusión a donde lo lleva el razonamiento acerca de los datos que tiene ante si.
 Estas diferencias en cuanto a punto de partida y conclusión implican una diferencia en la organización entera de las respectivas ciencias. Cuando un matemático ha decidido que lo que desea resolver es el problema, el siguiente paso que le toca dar es hacer supuestos que le permitirán resolverlo, lo cual supone un llamado a sus poderes de invención. Cuando un historiador ha llegado a una decisión semejante, el paso siguiente es colocarse en una posición desde donde pueda decir: "Los hechos que ahora observo son los hechos de los cuales puedo inferir la solución de mi problema." Lo que le interesa y compete no es inventar nada, sino descubrir algo. Y también los productos acabados se organizan de manera distinta. El esquema dentro del cual se ha ordenado tradicionalmente a las ciencias exactas depende de relaciones de prioridad y posterioridad lógicas: una proposición se coloca antes de una segunda, si para comprender la segunda hay que comprender la primera; el esquema tradicional de ordenación en la historia es un esquema cronológico, dentro del cual un acontecimiento se coloca antes de otro si ocurrió antes.
 La historia es, pues, una ciencia, pero una ciencia de una clase especial. Es una ciencia a la que compete estudiar acontecimientos inaccesibles a nuestra observación, y estudiarlos inferencialmente, abriéndonos paso hasta ellos a partir de algo accesible a nuestra observación y que el historiador llama "testimonio histórico" de los acontecimientos que le interesan.
Collingwood, Robin George. “La Evidencia del conocimiento histórico”. En Idea de la historia, editado por Jan Van Der Dussen, traducción de María Guadalupe Benítez Toriello y Juan José Utrilla, 332-335. Tercera Edición, México D. F.: Fondo De Cultura Económica (Efe), 2004.

En definitiva, y como se segura en este artículo de El País, lo único que hacemos con estas dicotomías en forma de dialelo es producir borregos sin conocimiento ni capacidad crítica de la realidad educativa. Y si aún no nos creen, topémonos con la idea de Ser Humano.

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